Lo femenino en la experiencia del lenguaje.

Liora Stavchansky

Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales y con la arrogancia de creador, a complacernos en nuestra obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza.  Sigmund Freud, Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. 1918-1919, p. 160.

Los hombres, las mujeres y los niños no son más que significantes. Jacques Lacan. Seminario, Libro 20, Aún (1972-73), Paidós, Bs. As., 2007.

Quisiera abrir mi presentación subrayando lo siguiente…


Los temas de identidad de género reducidas a orientaciones sexuales continúan apareciendo como preocupación. Sabemos que actualmente hay quienes estudian el psicoanálisis y lo practican sosteniendo ­—por ejemplo— que los sujetos trans, deben ser diagnosticadxs como psicóticos y que la homosexualidad es una perversión. Así como hoy en día, también aparecen quienes no aceptan ni otorgan validez a interpretaciones de mujeres sobre sus propias experiencias, sus necesidades y sus posiciones en cualquier disciplina, oficio o profesión, porque consideran que estas explicaciones —por alguna razón— son constructos de imaginarios sociales, políticos, médicos, académicos o de funcionamiento público entre muchos otros.

Con esta idea comenzaré a comentar cuatro puntos que se tocan a-sintónicamente para pensar lo femenino como experiencia. El psicoanálisis permite pensar el término experiencia en el sentido inverso a la vivencia acumulativa o al progreso evolutivo. Más bien, la experiencia desde el sitio analítico, remite al lugar del lenguaje; lugar de la experiencia del inconsciente. No podemos pensar el inconsciente sin historicidad, sin cortes en la historia. Es decir, el inconsciente se reconoce a través de la experiencia que incluye la división del sujeto, la falta, la discontinuidad, la pérdida… El inconsciente en su carácter ético supone una sanción que conduce al acto. Para decirlo en otras palabras, la experiencia del inconsciente en tanto acontecimiento marca un acto que implica el retorno del saber: la experiencia del retorno del deseo de saber.

Pasemos a los cuatro puntos.

Primer punto. Panorama en torno al psicoanálisis.

Los temas de género y las mujeres son centrales para pensar en psicoanálisis. Ya Freud nos había advertido que lo femenino es el continente oscuro que envuelve a la pregunta por el sexo. Por lo que hablar de estos aspectos implica y complica la praxis en psicoanálisis, es ahí donde se juegan las interrogantes sobre la muerte y la sexualidad. El género, las mujeres y lo femenino podrían parecer adversos cuando de la localización del deseo se trata, sin embargo, resulta necesario ubicar los momentos en los que se cruzan o colisionan armando una discontinuidad (que Lacan llamó repetición) en la práctica analítica.

El psicoanálisis toma lo femenino como uno de los puntos de partida para descentralizar su misma propuesta. Ya sea porque la operación del goce está más allá del lenguaje, o por su cercanía al goce de Dios, o incluso también porque lo femenino interpela a ambos sexos. Pero la cuestión de lo femenino no sólo implica un fenómeno, un cierto halago o un acto de seducción. Lo femenino envuelve aquello que permite poner en cuestión la identidad de la mujer que procede de la deconstrucción y de la dislocación de esta misma identidad. En lo femenino circunda la pregunta por la mujer, que, desde los tiempos de Freud, se ha hecho presente por su insistencia, convocando así a la operación por el deseo inconsciente.

El deseo con relación a lo femenino no es otra cosa que la articulación fantasmática del sujeto con aquellos objetos primarios de los cuales queda como residuo un rasgo que Lacan llamó unario. A partir de este rasgo, que atraviesa tanto al deseo como al goce del Otro en el campo de lo femenino, aparece el tema del sexo y el género que, al intentar diferenciarlos, problematizan la identidad de la mujer. Este cuestionamiento atenta inevitablemente contra la noción de “diferencia sexual”, puesto que al decir que el “género” se construye, es poner cuesta arriba la diferencia concebida como binaridad. Esto es, no hay solo dos, sino una multiplicidad de géneros. Masculino y femenino pueden designar varias de esas identidades de género a la vez, sin referirse a datos anatómicos o referencias sociales originarios.

Hagamos un poco de historia. Lo que reconocemos hoy en día como las histéricas (los histéricos) de Freud, fueron esos sujetos que “aparecían” en los hospitales psiquiátricos mostrando sus malestares en el cuerpo, separando cartesianamente la mente de la materialidad. Sin embargo, sabemos —hasta el día de hoy— que en la misma histeria se asoman fenómenos en donde hay afecciones emocionales que no necesariamente implican lesiones orgánicas, tratándose de cuerpos afectados por la palabra. Esta forma de aproximarse al cuerpo, más allá del paradigma cartesiano, no incumbe únicamente a las mujeres. Es decir, a partir de lxs histéricxs de Freud, nos hemos colocado ante un cuerpo sexualizado, erotizado, porque su relación con el deseo distingue la posición que ocupa, ya sea como hombre o como mujer, susceptible de ser afectado por el lenguaje. Lenguaje que como lo mostró Lacan, no es sólo una herramienta de comunicación, sino que es el significante articulado con el mundo que nos rodea lo que posibilita habitarlo, alojarnos en él, poniendo límite a lo real y permitiendo así el enlace con lo imaginario, que siempre salva del encuentro con el deseo.

Tanto el falo como el objeto a son obstáculos en las posiciones de los cuerpos sexuados atravesados por la presencia del lenguaje. Esto es, el falo impide e imposibilita el encuentro contingente entre los sexos. La relación sexual, como Uno, es imposible por efecto de lalengua. Lacan insiste con esta idea diciendo: “…el goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano”,[1] Y es con la combinatoria de las fórmulas de la sexuación como nos delega —en la década de los 70´s— la explicación de cómo opera la repetición incurriendo en lo real, poniendo en juego a los dos sexos y a las diferencias anatómicas; mismas diferencias que propuso como punto de partida. De esta manera Lacan nos ofrece una pauta para pensar la clínica, pero no únicamente en la dirección de la cura, sino en la interrogación por la posición preponderante de poder que muchos analistas ocupan, proponiéndoselo o no, confundiendo la repetición con la transferencia.

Esta articulación ya existía en los tiempos de Freud, quien se topó con una psiquiatría que insistió en encontrar lesiones orgánicas para explicar las “enfermedades mentales” como formas objetivas de localización de malestares. Con esta bisagra (diferenciación sexual) Lacan pudo dimensionar las tesis sobre el inconsciente articulado como un lenguaje. Que, sin entrar en conflicto con la psiquiatría del siglo XIX, ofreció una dimensión al cuerpo lejos de una materialidad que únicamente busca al órgano en su función, resaltando la importancia de las implicaciones del sujeto; sujeto discursivo que cae de la diferencia de la relación significante.

Reconocer la vigencia de esta tesis es esencial, puesto que lo femenino se le presentó a Freud desde sus primeros casos clínicos (Caso Dora —Ida Brauer—, Caso Schreber —Daniel Paul Schreber—, Caso de la joven homosexual —Sidonie Csillag— entre otros…). Sin embargo, la forma en cómo pensó lo femenino fue inverso a lo masculino, así lo femenino se le reveló por una definición negativa. Es decir, lo femenino era lo que no es masculino. Esta descripción no aportó una clarificación en las relaciones entre lo femenino, la falta, el falo y el deseo, más bien apareció como una forma oscura y difícil para adentrarse al paradigma de lo masculino y de esa “presencia negativa”. No fue sino con lo implicación del complejo de castración cuando le permitió ir más allá del problema de la presencia imaginaria. Lacan por su parte en El Seminario 18 en la clase del 20 de enero de 1971 “El hombre y la mujer” cuando hace mención, al libro de Robert Stoller, nos dice:

[…] La identidad de género no es otra cosa que lo que acabo de expresar con estos términos, el hombre y la mujer. Es claro que la cuestión de lo que surge allí precozmente solo se plantea a partir del hecho de que en la edad adulta el destino de los seres hablantes es repartirse entre hombre y mujeres. Para comprender el hincapié que se hace en estas cuestiones, en esta instancia debe percibirse que lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. Nada nos permite abstraer estas definiciones del hombre y la mujer de la totalidad de la experiencia hablante, incluso de las instituciones donde estas se expresan, por ejemplo, el matrimonio.

Para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre. Esto es lo que construye la relación con la otra parte. A la luz de esto, que construye una relación fundamental, debe interrogarse todo lo que en el comportamiento de niño puede interpretarse como orientándose hacia este hacer de hombre. Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante.[2]

Lo que ordena este significante es el falo, el semblante por excelencia tanto para los chicos como para las chicas. En la página 34 de este mismo seminario, Lacan nos dice que “para los hombres, la muchacha es el falo, y es lo que los castra. Para las mujeres el muchacho es la misma cosa, el falo, y esto las castra, también porque ellas solo consiguen un pene, y que es fallido. Ni el mucho ni la muchacha corren riesgo en primer lugar más que por los demás que desencadenan, son el falo durante un momento”.[3] Al respecto Judith Butler nos ayuda a pensar argumentando que el problema que plantea la diferencia de los sexos es la permanente dificultad de determinar dónde empieza y dónde termina lo biológico, lo psíquico, lo social y lo discursivo.[4]

Segundo punto. Rupturas y demanda de análisis.

La relación que guardamos con nuestro cuerpo desde la castración es el vínculo que opera con la presencia del significante. Justo en esta disyuntiva es donde aparece la separación entre lo femenino y las mujeres abriendo la siguiente interrogante: ¿qué lugar ocupa lo femenino en sujetos cuyo deseo es asumirse como mujeres en cuerpos de hombres? Este tipo de interrogantes y otras cuestiones similares brotan hoy en día en los consultorios como demanda de análisis. Hace algunos años la respuesta caía en la patologización de la demanda, sin embargo, en la actualidad esa respuesta ya no es opción ni solución, lo que está en juego no son los hombres ni las mujeres identificados con cierto género, o identificados con un rasgo de cierto género, sino lo que se pone en entredicho es la articulación institucional psicoanalítica.

¿No será acaso que este tipo de demandas de análisis también ponen en entredicho a la misma institución del psicoanálisis?

Entendemos por institución de psicoanálisis no sólo al conjunto de analistas, o los diversos círculos o grupos de psicoanalistas, sino también a los pilares que sostienen el pensamiento y la teorización de dichas agrupaciones de analistas. En México, por ejemplo, son conocidos algunos casos que en pleno siglo XX y de facto, una demanda de análisis por alguna persona considerada homosexual fue clasificada como una perversión. En París, en noviembre del 1919, palabras de un hombre trans incomodaron e indignaron a cientos de psicoanalistas ahí presentes, por la crítica al sistema de género, a las políticas que nos identifican como hombres y mujeres, en la separación binaria de los humanos, afirmando que esta es una de las formas más elaboradas de violencia, exclusión y colonialismo. De esta manera, convirtió su discurso en “su informe para una academia de psicoanalistas”. Es decir, desde entonces la presencia de lo diferente ha interrogado radicalmente la manera en que la demanda queda coartada por la institucionalización (del psicoanálisis), cuya orientación cercana a la estandarización produce patologías.

Sabemos de grupos de analistas que —sin proponérselo o sin voluntad quizá— han presentado casos clínicos sin dar cabida a la diferencia, terminando por realizar una psicopatologización del dolor de quien busca alivio. En cierto sentido resulta complejo ir más allá de nuestra época, sin embargo, es nuestro compromiso hacer más que el intento, ya que ir más allá no es otra cosa más que trabajar en una clínica de lo real. Y si estamos dispuestos a ofrecernos como escucha de quien solicita un análisis sin importar la demanda que tenga, tendremos entonces que alojarnos justo en esta encrucijada.

Ahora bien, si lo femenino es el continente oscuro tanto como la mujer lo fue en tiempos de Freud, no podemos esperar que en nuestros días este continente tenga más claridad. Es la misma oscuridad lo que permite articular al sujeto con el deseo, operación que conocemos como histerización del sujeto en su deseo. Para decirlo de forma inversa, la relación histérica del sujeto con el deseo siempre es de insatisfacción. En el obsesivo como contraparte, no se da esta misma relación con el deseo, ya que en su pregunta por la existencia (estoy vivo o muerto), aparece una especie de desviación hacia al pensamiento del gasto de energía destinado a actuar que circula por los caminos del lenguaje, y sólo ocasionalmente logra salirse de esta horadación discursiva.

Por mucho tiempo la pregunta alrededor de lo femenino también ha girado en torno a otras imágenes como la brujería, la partería y la hechicería, así como otros lugares fuera del campo institucional. Sin embargo, si la pregunta no fuese construida con respecto al sitio que ocupamos las mujeres en el entorno social, sino que sólo se encaminara al modo en que se inscriben en el Estado, estaríamos hablando de formas fortuitas o expulsadas del sistema. Por lo que pensar al sujeto como efecto de la articulación significante, no implica una posición de exclusión o segregación, significa más bien, una interpelación de aquello que se ha inscrito no sólo a la institución, sino a la posición que ocupamos frente a los demás y cómo actuamos. En este sitio también aparece nuestra posición como analistas. Habitar un sitio en el que lejos de pensarnos subsumidos en la institución, permita construir y preguntarnos por nuestro deseo a partir de lo social, lo político y lo histórico.

Tercer punto. Lo femenino y la pregunta.

Han sido las mujeres quienes han levantado la voz para recordarnos que debemos estar alerta de ciertos abusos y violencias entre otras desigualdades e inconsistencias político-sociales. A lo largo de la historia ha habido momentos que muestran esta advertencia. Citaré dos situaciones específicas que puntúan en la historia del psicoanálisis. La primera es con relación al término de pulsión de destrucción, concepto que los mismos seguidores de Freud no se atrevieron a des-cubrir.  Y la segundo se vincula con el tiempo pre-edípico en la constitución del sujeto.

A continuación, leeré un breve extracto de la comunicación epistolar entre Jung con Freud, donde ambos analistas opinan sobre la forma de trabajar de Sabina Spielrein. Escribe Jung:

La Spielrein ha presentado ayer un capítulo de su trabajo (he estado a punto de escribir de su capítulo de usted), a lo cual siguió una discusión rica en enseñanza. Me llamaron la atención algunas formulaciones contra su modo (ahora sí que va en serio lo de SU, de usted) de trabajar en mitología, que presenté también a los pequeños.

Por lo demás es muy buena y comienza a comprender. Lo más grave me parece ser que la Spielrein desea supeditar el material psicológico a puntos biológicos, tal dependencia es tan rechazable como la filosófica o anatómico-cerebral.[5]

En este argumento es posible ubicar el pensamiento y la forma de trabajo de Sabina Spielrein, quien, no limitándose a seguir un camino marcado, intentó buscar en otros territorios cuestiones que implicaron el saber; razones por las que algunos seguidores que no se apegaron a los desarrollos freudianos fueron mal vistos. Más allá del paradigma anatómico cerebral o de los puntos de vista biológicos, el interés se ubicó en el paso que da esta psicoanalista, y al mismo tiempo, el panorama que abrió con su intento de ir más lejos de la mera reproducción de la información.

Es elemental mencionar que tanto Jung como el mismo Freud compartieron un intercambio importante, negándole el crédito a Sabina Spielrein. Fue ella quien situó de forma clara la presencia de la pulsión de destrucción que vino a cambiar el rumbo de todo el edificio psicoanalítico en el Siglo XX. Pero, por otro lado, y casi simultáneamente, no podemos olvidar que estos tres psicoanalistas tuvieron una historia peculiar. Armaron una a situación que aconteció en el mal llamado triángulo, donde Sabina Spielrein se topó con Jung por querer tratarse con el método freudiano. Pero Jung, preso de los encantos y la seducción de Sabina, acabó enredándose en una relación amorosa.

Freud por su parte, se disculpó con Sabina por haberla tratado como paciente, y con Jung como médico, cuando, en realidad, la relación entre ellos era un vínculo entre un hombre y una mujer. “El hecho de que me haya equivocado y deba responsabilizar del desliz al hombre y no a la mujer, como mi joven amigo admite, satisface mi necesidad de mantener a las mujeres en alta estima.”.[6] Cita que deja una evidencia entrelíneas poco necesaria de estima hacia las mujeres.

El lugar que ocupa esta psicoanalista nos recuerda a otra mujer que también le mostró a Freud la importancia de la infancia a la cual el padre del psicoanálisis se acercó por conjetura. Fue precisamente Melanie Klein quien reveló que antes de que el infante pudiera hablar ya había atravesado el lenguaje, así como también declaró la existencia de un superyó feroz que hacía de las suyas en infantes muy pequeños, con lo que las pruebas empíricas que se buscan en adultos obsesivos o histéricos ya no alcanzan para explicar lo que Klein intentó articular. Esta es la razón por la que algunos psicoanalistas la tachan de loca. Sin embargo, fue el mismo Freud quien indirectamente retomó sus descubrimientos para estudiar la sexualidad infantil.  Esta forma peculiar de trabajo clínico con infantes revela la participación de analistas que sitúan la escucha en una posición trasferencial, donde, tanto madres como padres y en algunos casos tutores están físicamente presentes en el tratamiento.  El mismo Freud admitió que las mujeres analistas aportaron cuestiones clínicas en el tratamiento con infantes que ningún otro psicoanalista hizo. Solamente Winnicott fue quien de alguna manera aportó datos importantes en la dirección de la cura con infantes.

Con estas notas podemos darnos cuenta de la importancia que han tenido las analistas mujeres en la construcción de la teoría del psicoanálisis, aunque las aportaciones hayan sido durante el siglo XX, aún hoy se pueden situar puntos clave de ruptura en el desarrollo del pensamiento freudiano, afirmando que no sería el mismo progreso sin estos aportes; estamos hablando de la pulsión de destrucción y de la importancia de los tiempos pre-edípicos.

Es importante subrayar la manera en que la perversión ha quedado interpelada una vez que el sujeto es arrancado de las garras de la patologíaización, puesto que por mucho tiempo había sido una bandera para no articular problemas teóricos y esconderlos bajo la alfombra. Lo que tenemos hoy como tarea, ya sea como hombres o como mujeres, o incluso como no binarios, es el hecho de contemplar la diferencia, que nos empuja a pensar no sólo en el rol que juegan las mujeres en la sociedad, sino a reflexionar en la representación de la mujer en un campo donde lo que se enuncia es la falta, la falla, la castración y el plus de goce.

Entonces, como un primer punto de llegada podemos afirmar que la mujer, más allá de las discusiones de género, pone en entredicho el mismo concepto genérico, mostrando que la articulación del ser con la existencia y la presencia misma siguen estando en falta. Pues no hay una palabra que logre nombrar la ausencia sin que en ese mismo instante se vuelva presencia. Esta es una de las trampas del significante, ya que los analistas lidiamos con la falta y el significante, poniendo a prueba la cuestión de lo femenino.

Cuando hablamos de mujeres, evidentemente no nos referimos al grupo de personas que se identifican con este género, sino a la posición subjetiva que implica la relación con el goce a partir de la falta, es decir, de la castración. Lo que —a diferencia de Freud— Lacan hizo, es un intento —vía la lógica— por vincular la castración con el falo, siendo este último (no una parte anatómica) el significante de la falta de la madre. Por lo tanto, la articulación lógica de la mujer implica tanto a los hombres como a las mujeres, poniendo a prueba el sostén del cuerpo biológico, que no nos representa por estar atravesados por la falta.

El atravesamiento del lenguaje en el cuerpo y la posición de la mujer respecto del significante de la falta es decir del falo, tienen lugar dentro de la dirección de la cura, y se muestra cuando los pacientes desde una construcción imaginaria dicen frases como: quisiera analizarme con un hombre, o, quisiera analizarme con una mujer. De alguna manera la presencia anatómica marca una diferencia, que sin duda está relacionada con el campo de lo imaginario, peo lo que interesa acá es la posición que guarda como analista en la dirección de la cura.

Sabemos que el psicoanálisis no se rige por el cúmulo de conocimiento. La función de las mujeres ha sido un parteaguas crucial en el trabajo teórico y en la praxis psicoanalítica, teniendo consecuencias importantes en el campo del género, y mostrando un hondo contraste en la época, donde habitan fuertes discrepancias en los roles asignados por las discursivas de hombres y mujeres el campo de lo social.

De esto tenemos grandes aportes de Judith Butler, quien ha complejizado la noción de género en el orden social, mostrado que también la noción de sexo es una construcción en el campo del lenguaje.

Si bien esta filósofa no se ubica del todo en el campo del psicoanálisis, si toma elementos para construir una postura crítica alrededor de una ideología de género, con lo cual aquello que diferenciamos entre lo biológico y lo social, como lo es el sexo del género, Butler realiza un corte para mostrar cómo es que el significante atraviesa estos dos constructos. Es decir, la aproximación al género no solamente se queda en categorías, sino que tiene consecuencias políticas, mismas que también rompen los desarrollos teóricos no sólo psicoanalíticos.

Un recorte de Netflix para pensar esta experiencia.

En la Serie española Machos Alfa (Netflix), se pone bajo la lupa —y con cierto tono humorístico— el rol de hombre, así como la manera de relacionarse con otros, otras y otres, lo que permite observar cómo lo privado (lo que sucedía dentro de los hogares y espacios íntimos) ahora es parte de lo público, reflejando aquello que había estado a la sombra de la masculinidad.  

Para reflexionar en esta idea, viajemos a los inicios de los estudios de Freud, donde aparecían sentencias, que describían —por ejemplo— el complejo de Edipo así: el niño se enamora de la madre y odia al padre. Y para explicar el Edipo en la niña sólo había que pensarlo al revés. Pero… ¿qué implica pensarlo a la inversa? ¿La niña se enamora del padre y odia a su madre? Esta forma llana de plantear el fantaseo infantil tuvo fuertes consecuencias y no sólo en el campo clínico sino también en el social. Pensar el mundo de esta manera, fragmentado en dos, que en el mejor de los casos cada parte posee características que el otro sexo desearía, no es otra cosa más que simplificarlo, del tal modo, que se pierde la auténtica complejidad y la diversidad de los subjetivo.

En la serie Machos Alfa, uno de los protagonistas se ve confrontado con su lugar de poder en su trabajo. Debe aceptar a una mujer que dirigirá su área laboral. Se le presenta la posibilidad de permanecer en dicho sitio, como subalterno, pero éste no lo acepta. Según lo anunciado por este personaje, es evidente que se pone en tela de juicio la dignidad. Esta decisión es interesante, ya que se observa a hombres y mujeres replanteándose su existencia, no sólo respecto de su deseo, sino desde la misma posición sexuada, es decir, se trata de un juego de roles que van más allá de la conducta visible, siendo precisamente el lenguaje quien construye y deconstruye realidades.

Lacan argumenta que el lenguaje construye la realidad. Propone —de manera radical— que su función no es comunicar, sino que arma la realidad del sujeto. Esta postura no exime que se pueda realizar una revisión crítica de su tesis, ya que las llamadas nuevas masculinidades nos empujan a repensar la función del lenguaje y cómo este ha sido interpelado por su relación con el falo.

El falo no es un objeto, tampoco es una fantasía ni tampoco un representante. Lacan lo posiciona como significante de la falta, que no apela a ningún órgano anatómico, sino a la falta misma del lenguaje. Todos estamos interpelados por la falta. Si en contraposición ponemos como supuesto que los sexos se complementan, sería fácil situar la falta más en la fantasía que en la articulación discursiva, ya que tanto hombres como mujeres nos la jugamos en el campo de la singularidad del deseo. Esta idea convoca a reflexionar en la forma en cómo hacemos uso del lenguaje con respecto a la posición subjetiva que ocupamos cada uno de nosotros, nosotras, nosotres, y cuya finalidad siempre es la inclusión. La inclusión se acompaña siempre de una acción, y es justo ahí donde el lenguaje invita a la diferencia, ahí toma cuerpo, toma el cuerpo. La forma en que cada sujeto se relaciona con el otro semejante no viene a completar el deseo sino a provocarlo. Ahí radica la imposibilidad de concebir un lenguaje completo que pueda decirlo todo, y es el falo el significante que aparece en el lenguaje, no para darle un significado a la falta, sino para situar que algo falta para poder darle lugar al deseo y a su decir.

Al final de la primera temporada de esta serie, aparece un discurso que el profesor del curso llamado Deconstruyendo masculinidades, presenta:

¿Qué es ser un hombre? Esa es la pregunta que nos hacemos al principio del curso. La lenta agonía del patriarcado ha dejado al aire todas nuestras miserias. La rabia, la impotencia, el desconcierto, el miedo a las mujeres, el odio hacia nosotros mismos.

El hombre patriarcal es un hombre enfermo. De pequeños, nos apuntaron nuestra feminidad. Porque la primera obligación de un hombre era no ser una mujer. Pero abdicar de nuestros privilegios, renunciar a la ambición o a la agresividad. Reconocer nuestra vulnerabilidad, saber perdonar, consagrarnos al cuidado de nuestros hijos o a las tareas domésticas, no nos hace menos hombres. El ideal masculino hegemónico, obsesionado por el éxito, el poder y la fuerza, es agotador y contrario al origen bisexual de cualquier humano. Es urgente que aceptemos tener comportamientos tradicionalmente considerados como femeninos, pero que también forman parte de nosotros. Así lograremos erradicar la misoginia y la homofobia. Somo hombres mutantes. A medio camino entre el hombre duro e insensible del pasado, y el hombre nuevo. Andrógino, dual, sólido pero sensible. Viril pero tierno. Ese es nuestro objetivo.[7]

Es obvio que la intención de esta Serie de Netflix es que la audiencia se identifique con la trama y los personajes, puesto que las historias dejan ver cómo los guionistas ponen sobre la mesa temas que, en la vida real, no se abren en público y se construyen de manera impersonal. Esta forma de hacer narrativa sobre la realidad, donde los hombres se ven atravesados ya no sólo por la pregunta por la feminidad, sino también por la masculinidad, abre la reflexión sobre el deseo y la no complementariedad de los sexos, de lo cual Lacan subraya en las fórmulas de la sexuación, mismas que al situar al goce como imposible en relación con la posición del sujeto, nos topamos con la movilidad y la labilidad en el uso del lenguaje. Lenguaje que falla todo el tiempo por retorcerse al hacerlo decir la verdad. Y es justo en esta falla donde se encuentra comprometido el sujeto. Como ejemplo, en Machos Alfa emergen palabras que pretenden conceptualizarse con humor como “patriarcado”, “cisgénero”, “nuevas masculinidades”, “hombres deconstruidos”, “histéricas hipersensibles”, haciendo el ejercicio de llevar a la cotidianidad (la directora del programa, Laura Caballero) figuras de hombres y mujeres que se mueven en un tablero donde ciertos significantes coquetean con significados.  Y en estas figuras de hombres “deconstruidos”, distintos a lo que entendemos como hombres afeminados, muestran que la complejidad de una deconstrucción no radica en transformarse en lo opuesto, sino que apunta a la pregunta por la diferencia con el semejante, ya sea hombre o mujer, sin importar la identidad de género.

Cuarto punto a modo de epílogo. Dis-continuidades.

Las mujeres, el género y lo femenino no son territorios que se pertenezcan entre sí. Desde el psicoanálisis es lo femenino lo que atraviesa la noción de género por mantener implicadas a las mujeres y a los hombres; posiciones discursividades que, como ya mencionamos, no son más que semblantes, y que tienen una fuerte e importante incidencia en la praxis. La demanda, la localización del deseo en el fantasma y los síntomas, irremediablemente nos empujan a pensar una clínica no sólo diferente a la que Freud pensó, sino a ubicarla justo en las rupturas y fallas de su misma época y su propia práctica.

No está de más admitir que las discontinuidades teóricas están lejos de significar un ataque a los cimientos psicoanalíticos. Más bien, han sido radicalmente necesarias para revisar aquello que Freud construyó como saber; como retorno repetitivo del saber, cuya diferencia con lo reproductivo yace en la lógica pulsional, que no solamente anuncia la castración y la imposibilidad del retorno al origen, sino que apoya la propuesta freudiana sobre la repetición, término que se consolidó a partir de la pulsión de destrucción que aportó Sabina Spielrein.

La práctica analítica hace de la falla una posibilidad y de las rupturas los pliegues teóricos que posibilitan diferencia y repetición. Así lo escribe Es Judith Butler:

Recientemente, esta concepción dominante sobre la relación entre teoría feminista y política se ha puesto en tela de juicio desde dentro del discurso feminista. El tema de las mujeres ya no se ve en términos estables o constantes. Hay numerosas obras que cuestionan la viabilidad del «sujeto» como el candidato principal de la representación o, incluso, de la liberación, pero además hay muy poco acuerdo acercade qué es, o debería ser, la categoría de las mujeres. Los campos de «representación» lingüística y política definieron con anterioridad el criterio mediante el cual se originan los sujetos mismos, y la consecuencia es que la representación se extiende únicamente a lo que puede reconocerse como un sujeto.[8]

Esta reflexión fue escrita a fines del siglo pasado. Pero, así como las aportaciones de Klein al análisis con infantes y las reflexiones marginales de Spielrein han sellado bases para replantearnos preguntas teórico-clínicas en la práctica psicoanalítica, las reflexiones de Butler dan un golpe de timón a las concepciones de política y teoría feminista. Para Butler es necesario no sólo repensar estas categorías, sino ubicar sus efectos en el campo social.

No se trata de categorías que almacenan datos, sino de cómo estas concepciones fisuran sin excluir su propia propuesta. Es decir, se trata es de una superación (aufhebung) que, a diferencia del planteamiento hegeliano, no aspira a una síntesis final, sino que permite concebir (lógicamente) la relación paradójica en la cual se inscriben los poderes resistenciales al placer en el sujeto; lo detienen, lo contienen, lo limitan, pero cuando se ven superados lo exacerban. Es en esta superación donde radica su conservación y mantenimiento.

Como analistas nos queda más que asumir el tiempo de cambio constante frente al que nos vemos interpelados, tanto por las demandas de analizantes, sus interrogantes como por las modalidades psicoterapéuticas que ahora ofertan calidades de vida acorde al antiguo modelo de vida americano; el de la inmediatez, donde la frustración no tiene cabida porque no hay tiempo de espera (de separación) entre la demanda y su satisfacción.  El debate apenas comienza, y parece que hay más preguntas que respuestas. Como analistas no podemos ofrecer otra cosa más que la docta ignorancia para producir más preguntas por el saber. se trata entonces de apostar por la diferencia, aunque ésta al presentarse, no ofrezca más que pura discontinuidad.


[1] Jacques Lacan, El Seminario, libro 20: Aun, Bs As, Paidós, 2006, p. 15.

[2] Jacques L. (1971), “Clase del 20 de enero de 1971” en Seminario 18, De un discurso que no fuera del semblante. Paidós, Bs As. p. 31. 

[3] Ibidem. p.34.

[4] Cfr., Butler J. Deshacer el género, Paidós. Bs As, 2006, p. 262.

[5] Sigmund Freud y Carl Jung, Correspondencia. Trotta, Madrid, 1978, pp. 482-483.  

[6] Ibidem, p. 55.

[7] Caballero A., Deorador D., Álvarez, A. y Caballero, L. (30 de diciembre de 2022) “O falla el temario o fallamos nosotros” (Temporada 1, episodio 10). En Contubernio Films, Machos alfa. Netflix.

[8] Butler J. Género en disputa, el feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, España, 2007, p.46.

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