Teté, Carmen Romero
Esteban avanzaba dos pasos y regresaba uno; avanzaba tres y regresaba dos, y así mi fuerza se iba agotando. El duelo retornaba ante cada dificultad que aparecía y no lograba ayudarle. El temor de estarlo dañando se apoderaba de mí; entonces, dejé de tomar decisiones acerca de él. Todo, absolutamente todo, lo consultaba con mi esposo; temía que mi decisión no fuera la correcta y fallara, me sentía desbordada de cansancio, frustración, estrés. Mis padres se mudaron con nosotros para apoyarnos de tiempo completo, y eso me calmó, pero también me convertí de nuevo en una hija: sin quererlo, sin notarlo.